Podemos alimentar nuestra esperanza

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Podemos alimentar nuestra esperanza

Algunas veces, de pequeños deseamos que nuestros padres o hermanos mayores dejen de practicar algunas costumbres. Pero a menudo, eso no sucede. A lo mucho nos escuchan y nos responden, «pronto dejaré de hacerlo».

Los años pasan y empezamos a sentirnos cansados y desilusionados con ese tema. La promesa del «mañana» nunca llega. Hasta empezamos a abrazar el sentimiento de resignación.

Hay una frase que retumba nuestros pensamientos: “Hay cosas que nunca van a cambiar”. Esto nos llena de tristeza y sentimos cierto rechazo hacia esas palabras por más que tuvieran cierta verdad.

Sin embargo, recordemos que el creador del universo, Dios, nos dice en su palabra «Yo hago nuevas todas las cosas» (Apocalipsis. 21:5)”

Es ese momento que debemos entender que Dios siempre está cerca a nosotros, que conoce hasta nuestros más íntimos pensamientos, y sobre todo, es en ese momento que debemos entender que siempre hay esperanza.

Definimos Esperanza

Podemos definir la esperanza de manera similar a como la Biblia describe la fe en la carta a los Hebreos: “es la certeza de lo que se espera”.

Esta espera no se limita solo al ámbito religioso, sino que también se relaciona con cualquier estado de ánimo que anhela algo y cree que es alcanzable.

Puede ser que algunos tengan la esperanza de obtener un trabajo, otros la esperanza de tener su propia casa o formar una familia, otros desean graduarse y otros esperan curarse de alguna enfermedad, entre muchos otros deseos, y así podemos tener una lista innumerable de esperanzas.

Lo que tratamos de decir es que todos podemos necesitar y sentir esperanza aún en los peores momentos.

Se trata de una virtud que es esencial para el ser humano. Aún cuando nos parece que ya no hay más nada para hacer, aún en esos momentos hay esperanza. Es lo que nos mueve, nos motiva y nos dar fuerzas para seguir adelante a pesar de todo.

Esperanza en la vida diaria
Vemos a menudo cómo la esperanza sigue presente aún en las peores circunstancias de vida. Vemos personas a diario que reciben malas noticias, personas a quienes se les dice que ya no hay más chances curativas, personas que están internadas por largas semanas y hasta meses, pero siguen con esperanza.

Hemos visto que, realmente, la esperanza no es lo último que se pierde (contrario a lo que suele decir la frase célebre “la esperanza es lo último que se pierde”), sino que aún en el final de la vida no se pierde la esperanza. ¿Por qué? Porque fuimos creados para vivir y vivir en abundancia.

Esta esencia está en el corazón del ser humano y su búsqueda por concretar esas esperanzas está siempre presente.

Aún cuando ya no existe expectativas de vida, vemos personas sostenerse en la esperanza de que su familia estará bien, la esperanza de que su legado perdurará, la esperanza de que el dolor se acabará o la esperanza de la vida eterna.

Hemos visto gente enlutada triste, pero esperanzada en que un día volverán a reencontrarse con sus seres queridos, cuando Jesús vuelva.

Así es como, lo natural al ser humano, es que éste siempre espera algo.

Sin embargo, puede ser que en este momento alguien que lee estas líneas se sienta desesperanzado.

Si ese es tu caso, quizás te sientes desahuciado o que en cierto punto has perdido la esperanza.

Tal vez son días de resignación para ti. Es importante que sepas que, aunque, probablemente hay muchas cosas que no vas a poder cambiar, hay muchas otras que sí.

Algunas de esas cosas que no se pueden cambiar hay que aceptarlas y seguir por otro camino, pero no te resignes, resignarse es como cruzarse de brazos y quedar estancado.

Más bien concéntrate y trabaja en aquellas cosas que sí puedes cambiar. Sé que no es fácil, pero es necesario aferrarse de la esperanza.

Algunos se aferran de su familia, del trabajo, del dinero, de la vida misma. Pero recuerda, nuestra esperanza debe estar puesta en Dios.

¿Por qué? Porque, aunque hay muchas cosas que podemos lograr por nosotros mismos, la verdad es que nada de lo que deseamos alcanzar podríamos hacerlo si Dios no nos ayudaría.

Nuestra esperanza consiste en que la impotencia del ser humano se aferra de la potencia de Dios.

Alimenta tu esperanza

  • Celebra los logros de cada día, aunque sean pequeños, agradece por ellos. La gratitud fomenta la esperanza y la felicidad.
  • Ora a Dios por tus deseos, metas y planes. Puedes contarle a Dios con tus palabras lo que esperas y anhelas. Además, es muy importante que le pidas que se haga su voluntad porque él sabe cuál es la mejor forma de guiar tu vida.
  • Cuida lo que consumes, miras y escuchas. Este punto es fundamental ya que todo lo que miramos, escuchamos o hablamos genera una influencia sobre nosotros que puede ser tanto perjudicial como beneficiosa. Procura mirar, escuchar y hablar cosas que fomenten la esperanza.
  • Se perseverante. Aunque hayan situaciones que no salen bien a la primera, a la segunda o a la tercera, no te des por vencido. Persevera. Pero no te sobrexijas. Persevera en lo que puedas respetando tus propios límites (que son necesarios para tu bienestar).

Vive lleno de esperanza. Y aunque hay cosas que tienen sus tiempos y existen aquellos momentos cuando desesperamos, no olvides que hay un Dios en los cielos que puede ayudarte.

Siempre hay esperanza. Aún en la misma muerte podemos esperar en aquel día cuando Dios colme finalmente nuestras mayores esperanzas.

Que Dios te llene de su esperanza.

 

Fuente Quiero Vida y Salud

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